Ariel Dobry doctor
en física, docente e investigador del Conicet local, teoriza sobre qué es la
realidad, para un Físico y afirma que “su evolución histórica no sólo la
podemos ver como una construcción humana sino como una construcción social”.
Publicado en Diario El Ciudadano el 9 abril 2015 |
Por Antonio
Capriotti
¿Es real la
realidad? Esta pregunta es el título de un libro escrito hacia fines de los 70
por Paul Watslawicz, un integrante de un grupo de elite intelectual liderado
por Gregory Bateson, en la Escuela de Palo Alto, Estados Unidos. Para este
experto en comunicación, la realidad es el resultado de la comunicación. El
autor sostiene que plantea una tesis paradojal, ya que la realidad, siguiendo
al sentido común, es lo que la cosa es
realmente y la comunicación, el modo de describirla y de informar sobre ella;
mientras que él intentará demostrar, a lo largo de un libro escrito con rigor
científico, amenidad y lenguaje coloquial,
que la percepción de la realidad es ilusoria; y lo que se hace frente a
ella es apuntalarla incluso hasta el nivel de distorsionar los hechos
simplemente para no contradecirla.
Desde hace unas
décadas, se ha instalado un dilema que pone en jaque la forma en que el ser
humano cree percibir la realidad como tal e independiente de la persona que la
observa; la polémica descansa sobre si es posible acceder a la “realidad” que
el ser humano dice poder percibir por medio de sus sentidos.
Mario Bunge, que
ha estado muchas veces en Rosario, tiene una visión tradicional sobre el modo
en cómo el observador influye en el experimento que llevará adelante. Bunge,
cuenta con un prestigio ganado en sus trabajos en física y, luego, en filosofía
de la ciencia, ante la pregunta de este cronista, sobre si el observador
influye en lo observado, manifestó que no lo hace con su mente “porque si así
fuera no podríamos confiar en los aparatos de medición. Influye, sí, al crear y
diseñar los instrumentos y los experimentos con los que encara y mide la
observación, ya que éstos no se dan en la naturaleza”.
La física es una
ciencia calificada como “dura”. Parece que a través de ella, lo que está afuera
de quien la observa, puede ser descripto con objetividad por un observador
incontaminado. Así, al menos el “positivismo nos condujo a concebir un mundo
con entidades sólidas, circunscripto, como si tuviera existencia fuera de
nuestra mente…”, describe Claudia Perlo, doctora en educación e investigadora
del Conicet, en su reciente libro: “Hacer ciencia en el siglo XXI”; y más
adelante señala, “entendemos que somos partícipes, artesanos, autores y
responsables de una realidad holográfica, inclusiva y entrelazada”.
Ariel Dobry es
doctor en física, docente e investigador del Conicet y acepta, ante el
requerimiento de El Ciudadano, responder a la pregunta sobre qué es la realidad
para un físico. “Para un físico del común”, sostiene Dobry, “es lo que él puede
medir con sus aparatos. Para Galileo, la realidad eran las balas de cañón que
él tiraba desde la torre de Pizza; su aparato de medición reposaba en su
sistema auditivo, ya que según el sonido de las balas, al caer, le señalarían
la velocidad de sus caídas. Para Galileo, eso era “la realidad”.
Su manifestación
experimental era su pedazo del mundo, al que aislaba para poder estudiar una
hipótesis con la que buscaba una demostración coherente. Un físico moderno, que
cuenta con toda una tecnología a la que pone en juego, introducirá un material
dentro de un aparato para mirar el resultado en una pantalla de computadora, o
se lo marcará una aguja, u otro patrón de medida y eso va a ser la realidad
para él.
A lo sumo, esto
nos habla de un aspecto de esa realidad, ya que sin una preconcepción de lo que
yo, como científico, espero obtener de mi experiencia, sin esa construcción
mental, es decir sin una teoría, ese contacto con lo “real” no tiene ningún
sentido. Mirar el resultado de una curva en una computadora o una aguja en un
medidor, no me dice nada si yo no tengo ‘algo’ que espero de esa intervención”.
Claudia Perlo, en
el libro mencionado, trae una referencia de dos autores, Briggs y Peat, quienes
señalan que, en cierta ocasión, Einstein le indicó a Heisenberg que “no tenía
caso tratar de construir teorías a partir de los observables, pues, a fin de
cuentas, era la teoría misma la que indicaba a los físicos qué se podía
observar y que no en la naturaleza” (Hacer ciencia en el siglo XXI; página 81).
Robert Pircig es
un escritor norteamericano que pasó por la química, la filosofía y el
periodismo. Es autor de “Zen y el arte de la mantención de la motocicleta”, un
libro de filosofía que indaga en los valores. Es ameno, presentado bajo el
formato de relato ficcional. El autor recorre en motocicleta los Estados Unidos
junto a su hijo y una pareja de colegas suyos de la universidad. Lo sustancioso
de la historia ocurre cuando, luego de andar por caminos secundarios, viajando
a Montana, desde Mineapolis hasta los montes Dakotas, a la hora de descansar,
en el acampe, y alrededor del fuego, Chris, su hijo, y Sylvia y John, despuntan
el arte de la conversación.
Allí, el autor,
ante una inquietud de su hijo sobre la existencia de fantasmas, aprovecha para
dar su opinión sobre la ciencia y el pensamiento mágico de los antiguos
habitantes del planeta. Robert Pircig sostiene que el nivel intelectual de los
científicos y el que tenían quienes en el pasado creían en las ánimas y los
fantasmas, carece de diferencias. No eran ignorantes, sino que sus creencias
eran el producto del contexto de sus pensamientos en el momento y el lugar que
les tocaba vivir y desarrollar sus experiencias.
Luego, apela a
ley de la gravedad, y se pregunta si la misma existía como tal antes de que en
el planeta se desarrollara la vida humana. Pircig concluye que la ley de Newton
no existía en ningún lugar salvo en la cabeza de la gente. “Las leyes de la
naturaleza son invenciones humanas, tal como los fantasmas. Las leyes de la
lógica y de las matemáticas también son invenciones, como los fantasmas (…)”.
El autor sentencia: “El mundo no tiene existencia alguna fuera de la
imaginación humana” (pág 43 a 46).
“¿Y de qué otra
cosa puede hablar el hombre, más que de fantasmas?”, se preguntaba León Felipe,
el poeta.
Para Ariel Dobry,
“la naturaleza es extremadamente compleja. La ciencia no puede describirla; lo
que puede hacer es aislar una parte y pensar que al caerse una manzana de la
planta se puede, como Newton hizo, formular el tiempo de caída pero en forma
ideal, haciendo abstracción de todo lo que nos rodea incluyéndonos a nosotros y
al mismo Newton, por supuesto. Nuestras leyes físicas son construcciones
teóricas; son poderosas y útiles porque nos permiten, de alguna manera, un
cierto control sobre ciertas variables, pero nunca sobre todas las variables
que pueden intervenir”.
Alguien deslizó,
con una dosis de ingenio y atrevimiento, que “no vemos el mundo como es sino
como somos”.
A propósito de
esta sentencia, Dobry recuerda: “Hace unos años, llevé a nuestro laboratorio un
grupo de la carrera de Antropología y les mostré una cuerda que nosotros
hacíamos vibrar y que estaba sujeta en los extremos. Era un experimento que
hacíamos con los alumnos para observar los armónicos de acuerdo a cómo hacíamos
vibrar la cuerda, con lo cual podíamos ver distintos puntos en donde la cuerda
no vibraba; a partir de allí, nosotros componíamos ‘nuestra historia’; esa era
nuestra realidad. Nuestros visitantes dijeron que veían algo de cierta belleza,
algo que tiene un movimiento y que se aquieta; que muestra una figura que va
cambiando. Lo que ellos no podían ver eran ciertos cambios que para nosotros
eran triviales. La conclusión es sencilla: nosotros íbamos al encuentro del
experimento con un armado teórico que ya teníamos incorporado y lo que veíamos
era esa realidad, pero la realidad que nosotros decíamos ver, la realidad que
nos estaba dando ese aparato que eran los nodos de un honda, no era sino lo que
nosotros estábamos buscando en nuestro armado teórico. Buscábamos comprobar
una teoría previa”.
— ¿Esto es lo que
ha llevado a mucha gente a afirmar que la realidad es una construcción humana?
— Lo que podemos
decir es que el concepto de realidad, tal cual se ve desde la física ha tenido
una evolución histórica, consecuentemente no sólo la podemos ver como una
construcción humana sino como una construcción social. Los primeros científicos
modernos, como Galileo y Newton, que fueron los creadores de lo que nosotros
llamamos la ciencia clásica, pensaban que la ciencia puede describir la
realidad independientemente de su observación. A principios del siglo XX, en
estudios que tenían que ver con el mundo atómico, ese concepto de realidad
comienza a hacer una crisis y lo que hoy conocemos como la física cuántica ha
dejado abiertos caminos de interpretación para algunos conceptos de la física
tradicional que han sido puestos en tela de juicio y rompe con ese concepto de
realidad”, concluye Dobry.
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